Para
que empezar con un "la verdad es que nunca entenderé", quedando
incluso más literario un "entiendo perfectamente" el por qué del
folio en blanco intimidante.
Sería incluso mejor si el sonido de las teclas no fuese tan "plástico", y fuese más metálico cual máquina de escribir. Pero esos tiempos pasaron. No hace mucho, pero están en la cola del paro de nuestros bártulos.
Sería incluso mejor si el sonido de las teclas no fuese tan "plástico", y fuese más metálico cual máquina de escribir. Pero esos tiempos pasaron. No hace mucho, pero están en la cola del paro de nuestros bártulos.
Recuerdo
que de pequeño tenía una máquina de escribir, que debía ser de mi padre o algo
así, y la cogía y hacía mis pinitos con ella sin saber, ni por asomo, lo dulce
y a la vez amargo que se te pueden presentar las letras.
Era
portátil, bastante compacta, de las últimas que se hicieron supongo. Tenía asa,
de la que recuerdo tirar para intentar sacarla del cajón. Un asa, que muchos en
su época utilizarían para poder salir corriendo sin dar un paso.
Ahora
es más frío aún si cabe, solo escribiendo sobre papel en esas horas a las que no sabes si echarte a sobar o ponerte a hacer cualquier
otra cosa porque no merecen la pena un par de horas de sueño, que tal vez ni
cojas, para olvidar, o para recordar,
como aquel de la máquina de escribir.
Supongo
que todavía nos podemos permitir el lujo de mirar por la ventana mientras lo
hacemos, con el "tic-tac" de fondo. Y no mirar, sino viendo cómo los
ojos no decaen pero la luna va siguiendo su curso, desplazándose, y cómo eso
que te dijeron una vez, que se suponía que era el cinturón de orión, recobra
mucho más significado que 3 puntos mal salpicados en un fondo negro.
Negro
como dos pupilas dilatadas en las que nadarías no por gusto, sino por no
ahogarte. Porque nos gusta tener el agua hasta el cuello. Nos encanta. Nos
encanta poder pegar una buena bocanada de aire y decir, "yo sigo aquí
hijos de la gran puta". Y no os vais a librar tan fácil de mi. Cuando en
realidad eres tú el que no quiere librarse de ellos. De ellas. De ello. De
ella. Con plurales y singulares.
Cuando
esa bocanada se transforma en un grito sin gritar. En un formato que solo tú, y
pocos de los tuyos pueden oír. Y que solo tú y ni siquiera pocos de los tuyos
entiende. Y que ni siquiera tú, a veces llegas a una conclusión.
No
os dejéis joder por los pretéritos, ni esos que parecen más cercanos, ni los
que huelen a polvo.
Si
os quedan huevos, seguid aferrándoos al presente, pero tampoco os olvidéis de
esa capa de polvo, u os acabará escupiendo en la cara.
No
es un juego hasta que no te sabes de memoria todas las fichas.