miércoles, 3 de abril de 2013

A gusto.



Inmiscuirme,
en mis ideas (más que pensamientos) sería cavar un pozo sin fondo,
en los tuyos sería encontrar la panacea a los problemas.

Dejamos de pensar en  números , por aquella importancia que tomaron las letras.
Diseminamos individualismos que no echaron raíces,
tiramos esa bola entre el rojo y el negro apostando por la opción más difícil
Nos aferramos a aquello que más interesaba sin saber cómo quererlo,
englobamos en pequeños pasajes de espacio y de tiempo lo que consideramos relevante,
para acabar enredados.

 Sin cuerda.

Ese nudo invisible,
parecido, a uno de corbata al volver,
cuando el sol te amenaza por el horizonte.
Sabiendo leer en alto, escribir parece la opción más valiente,
pudiendo destacar el "la", o algunas letras anteriores.
El rodeo incesante de las palabras sigue siendo ese juego,
que para algunos no cobrará ningún tipo de significado
porque están vacíos por dentro.

Mientras,
unos pocos,
cada vez procuramos ahogarnos más, hasta notar esa presión en el pecho,
influida tal vez por el humo,
o por no apretar el puño más de la cuenta cuando en el fondo,
estás deseando hacerlo.

Lo importante no es apostar,
sino saber quién te está apuntando.

lunes, 11 de marzo de 2013

De puntillas.


Otra noche más en la que la luz tenue de fondo es propagada por las teclas de un piano que con sus vaivenes no levantaría el ánimo ni con una nariz roja de gomaespuma.

Noches en las que el Payaso Triste te presta sus zapatos mientras él, se ha ido de putas, y no te ha dejado ni un papel en el que ponga: "Que te jodan".


Parece que ni los compañeros habituales de la banda sonora de tus noches se atreven a irse a dar cabezazos contra la almohada. Probablemente también se hayan ido de putas. Pero ellos sí han dejado un mensaje. Un mensaje muy claro pero que no sabes entender porque suena en una escala que no estaba en tus planes.

 Dejas que esas notas sean tu Pávlova personal. Te concede ese baile, admirable, pero con la condición de mirarlo desde lejos para no inmiscuirte en él.


Al lado del que parece un director de orquesta jubilado, con más marcas de experiencia  en su piel de las que podría dejar cualquier navajazo en la cara, te colocas para poder escuchar con más nitidez esas palabras francesas con un acento indescriptible.

Lo sutiles que son, y lo amargas que se pronuncian.


Cada movimiento de eso a lo que ella llama juego, con su derrière incluido, te hace pensar en todas y cada una de esas proposiciones, propuestas vacías que se pasan por tu cabeza mientras sigue bailando, como si el propio Debussy hubiese cosido la melodía después de haberla visto. 

Sacada de una idea se había convertido en realidad, y tú seguías impasible. 
Ese era el trato.


La música cada vez se hacía más lenta, el director acababa de "coger el dos" y no tenías más remedio que ver como la orquesta seguía tocando, desorganizada, y cómo con la cara de indiferencia que les caracterizaba a esa panda de mercenarios con instrumentos de cuerda sentías que se la llevaban.


No ibas a permitirlo.


Si se iba a hundir, que se hundiese contigo.


Con las mismas ganas de inmiscuirte y de buscar problemas que las que tiene un ciego de pedir un deseo al ver una estrella fugaz, mandas a la mierda tus esquemas. 
Las tablas las convocan los perdedores, y ésta no es la noche en la que te arruinarás.

Por ello con la poca sutileza que te caracteriza, perderás las formas.


Las perderás porque sabes que ya has ganado, lo llevabas viendo en sus ojos desde el momento en el que empezó el show.


Esta noche seguirás estando solo aunque haya unos maillot rosas a los pies de tu cama. Aunque el derrière ahora sea a tu vera y no detrás de ese muro que pintaron como infranqueable.


La orquesta siguió tocando, y hasta que no se hunda, no parará.

domingo, 17 de febrero de 2013

Máquina de escribir



Para que empezar con un "la verdad es que nunca entenderé", quedando incluso más literario un "entiendo perfectamente" el por qué del folio en blanco intimidante.
Sería incluso mejor si el sonido de las teclas no fuese tan "plástico", y fuese  más metálico cual máquina de escribir. Pero esos tiempos pasaron. No hace mucho, pero están en la cola del paro de nuestros bártulos.

Recuerdo que de pequeño tenía una máquina de escribir, que debía ser de mi padre o algo así, y la cogía y hacía mis pinitos con ella sin saber, ni por asomo, lo dulce y a la vez amargo que se te pueden presentar las letras.
Era portátil, bastante compacta, de las últimas que se hicieron supongo. Tenía asa, de la que recuerdo tirar para intentar sacarla del cajón. Un asa, que muchos en su época utilizarían para poder salir corriendo sin dar un paso.

Ahora es más frío aún si cabe, solo escribiendo sobre papel  en esas horas a las que no sabes si  echarte a sobar o ponerte a hacer cualquier otra cosa porque no merecen la pena un par de horas de sueño, que tal vez ni cojas,  para olvidar, o para recordar, como aquel de la máquina de escribir.

Supongo que todavía nos podemos permitir el lujo de mirar por la ventana mientras lo hacemos, con el "tic-tac" de fondo. Y no mirar, sino viendo cómo los ojos no decaen pero la luna va siguiendo su curso, desplazándose, y cómo eso que te dijeron una vez, que se suponía que era el cinturón de orión, recobra mucho más significado que 3 puntos mal salpicados en un fondo negro.

Negro como dos pupilas dilatadas en las que nadarías no por gusto, sino por no ahogarte. Porque nos gusta tener el agua hasta el cuello. Nos encanta. Nos encanta poder pegar una buena bocanada de aire y decir, "yo sigo aquí hijos de la gran puta". Y no os vais a librar tan fácil de mi. Cuando en realidad eres tú el que no quiere librarse de ellos. De ellas. De ello. De ella. Con plurales y singulares.

Cuando esa bocanada se transforma en un grito sin gritar. En un formato que solo tú, y pocos de los tuyos pueden oír. Y que solo tú y ni siquiera pocos de los tuyos entiende. Y que ni siquiera tú, a veces llegas a una conclusión.

No os dejéis joder por los pretéritos, ni esos que parecen más cercanos, ni los que huelen a polvo.
Si os quedan huevos, seguid aferrándoos al presente, pero tampoco os olvidéis de esa capa de polvo, u os acabará escupiendo en la cara.

No es un juego hasta que no te sabes de memoria todas las fichas.